viernes, 2 de noviembre de 2007

Sangre Nueva



Por Hernán Larraín M. (*)


La clase política actual ha venido dando señales consistentes de agotamiento estructural. Entre gobiernos ciudadanos, mimetizaciones y desalojos, es posible hipotetizar que nos acercamos al fin de un ciclo, caracterizado fundamentalmente por la ausencia de proyectos políticos alternativos y la escasez de nuevas propuestas. Vivimos un declive sostenido del debate político, donde el cálculo de ambas coaliciones está por sobre sus identidades. Hoy es posible apreciar en Chile una suma de liderazgos abocados a jugar con las percepciones de la opinión publica, desvivida por las pistas que entregan las encuestas, abusando del ADN de cada sector, manipulando las líneas entre derechas e izquierdas. Todo se materializa en una contundente desafección ciudadana, con un electorado distante de la clase política, agotada de la contingencia, defraudada por la ineficiencia, el paternalismo y la falta de liderazgo. Pero por sobre todo una etapa marcada por el cansancio de una generación de políticos que parece haber olvidado que, en lo medular, su misión se juega en la elaboración de visiones colectivas competitivas y no en carreras personales.
De hecho, los principales actores de la clase política se presentan jugando proyectos individuales por sobre trabajos en equipo. Lavín se bacheletiza, Piñera se desdibuja entre lo propositivo y lo reactivo, Alvear encabeza un calculado congreso ideológico que expone públicamente la precariedad y las fisuras estructurales de su proyecto. Un Lagos y un Insulza a la espera de que la coyuntura les abra una ventana y los invite, sin mayores costos, a "salvar" al oficialismo. Y, finalmente, una Presidenta que invita a un pacto social sin sustancia y que, en vez de liderar a los partidos de su coalición, se victimiza acusando un femicidio político. Lo que aparece cada vez con más claridad es el desgaste de una generación completa que cumplió con lo suyo en las últimas décadas. Que compartió y superó exitosamente tiempos históricos críticos de gran polarización. Que fue capaz de consolidar, política y económicamente, una estrategia de desarrollo para Chile que ha llegado a un punto de quiebre, sin saber con claridad cómo se abordará la próxima etapa. Experimentamos así un envejecimiento de los proyectos políticos como consecuencia del cumplimiento, tanto en la Concertación como en la Alianza, de sus grandes objetivos fundacionales. Los primeros, administrando el modelo con un sostenido éxito electoral. Y los segundos, dedicados exclusivamente a protegerlo, arreglando las perforaciones causadas por la mayoría gobernante.
En este contexto, las elecciones del 2009 debieran marcar un punto de inflexión. Hoy, más que estar calculando cómo conservar el Ejecutivo o demandar una alternancia en el poder, con el endeble argumento de "la salud democrática", lo que se requiere es iniciar un dialogo abierto y de largo plazo sobre el Chile del mañana, propiciado por una nueva generación, emergente y transversal. De derecha a izquierda, de liberales a conservadores, de norte a sur, lo que se requiere es una recambio generacional. Este recambio, eso sí, no surgirá sólo como consecuencia del agotamiento de la generación actual, sino más bien de la elaboración de proyectos políticos de largo plazo marcados por una distintiva visión de sociedad y una renovada manera de comprender el rol de la política. Todo, en mano de jugadores de avanzada.
Y si bien la juventud actual se caracteriza por una desafección hacia el sistema político y una crisis en su participación electoral, existe hoy un compromiso de la nueva generación con los desafíos públicos. El año 2006, los pingüinos sellaron simbólicamente el antes y después. De hecho, la nueva generación está marcada por una serie de valores transversales a partir de los cuales puede afrontar el futuro: la libertad, la justicia social, la meritocracia, el respeto a la diversidad, el rechazo a los grandes intereses corporativos, el diálogo comprometido, y un juicio común sobre la historia reciente sin la contaminación de las responsabilidades y culpas.
Desde una perspectiva optimista, podemos sumar una creciente cantidad de organizaciones, distintivas por su innovación y emprendimiento, que asumen desde la sociedad civil importantes desafíos sociales, culturales y medioambientales que el país demanda. Una acción política participativa caracterizada por la confianza en los ciudadanos, por la horizontalidad de sus vínculos, por la colaboración social y no sólo la competencia , por lo local más que por el centralismo, sin miedo a la acción articuladora del Estado y empecinada en el empoderamiento de las personas como los principales agentes de cambio.
Así, una nueva visión y renovación de los liderazgos debiera estar lentamente naciendo. El optimismo está en pensar que esta suerte de ciudadanía 2.0 permeará la política del futuro. Y aunque estos movimientos parecen marcar una diferencia, la realidad indica que deberán ganarse los espacios de influencia y participación por su cuenta. La clase política actual no cederá nada, a menos que comprenda que la próxima generación trae la necesitada renovación.
La sangre nueva dirá. LND

(*) Cientista político y profesor de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez. Publicado en La Nación el 28 de octubre de 2007.

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